Parece que hoy hemos invocado a la magia: nuestro proyecto: emoCreativos ha cumplido su primer año y lo celebramos con nuestra entrada número 100.

Precedido de un abrazo y un «muchísimas gracias» para todos los que día a día nos seguís, queremos hoy acercarnos a una de las tareas educativas más universales: la MOTIVACIÓN o cómo conseguir activar, dirigir y mantener la conducta para conseguir el fin que deseamos, en nuestro caso, aprender. Es hoy, la tarea de motivar a los niños, más necesaria que nunca para intentar contrarrestar el tono de apatía que, a veces, se contagia.
El aprendizaje está formado por dos caras de la misma moneda: motivación y esfuerzo, pues nadie se esfuerza porque sí, nos esforzamos porque hay una razón que » nos mueve», que nos motiva. Parece oportuno empezar distinguiendo tres tipos de motivaciones que a todos nos «ponen en movimiento»:
- La motivación material (o extrínseca), actúo de una determinada manera movido por el deseo de obtener algo material, de TENER. Por ejemplo, cuando premiamos a los niños: «Si haces esto te doy como premio…»
- La motivación subjetiva (o intrínseca), es la motivación interna que me mueve a SABER: por ejemplo, estudiar por el placer de conocer… es el tipo de motivación que todo padre y docente desearía para el niño (y para él mismo).
- La motivación hacia «el otro» (o trascendente), cuando lo que rige nuestros actos es DAR, representa los valores sociales o trascendentes en acción: me mueve el amor, la lealtad, la solidaridad…
Aunque soy incontables los autores que han estudiado el tema de la motivación, nos gustaría reflexionar sobre ello, sintetizar cuáles son las conclusiones a las que numerosos investigadores han llegado y nos gustaría dar algunas claves (alejadas de las recetas educativas para todos, pues creemos firmemente en la diversidad de nuestros niños) que nos faciliten la tarea de educar en la escuela y/o en familia:
Necesidad de logro (McClelland)
Se trata de la conciencia de éxito del niño, podemos decir que «el éxito genera éxito» (y paralelamente el fracaso, muchas veces, va produciendo otros fracasos). Nada anima y motiva más al niño que sentir el reconocimiento de sus resultados, es un estímulo enorme para corregir sus errores y para mejorar; por eso es muy importante indicarle sus resultados lo antes posible y buscando la mejor forma de comunicación: no se trata de adular, se trata de transmitir con cariño la realidad objetiva.
Es además muy importante el proceso: las actividades deben graduarse según la dificultad. Siempre será más fácil ir obteniendo éxitos sucesivos, por tanto podemos empezar por tareas sencillas e ir aumentando su dificultad, de ese modo el niño va perdiendo el miedo al fracaso.
Curiosidad y manipulación (Harlow y Butler)
Nos interesa mucho esta teoría para el aprendizaje del niño: algunas personas, y muchos niños, actúan por una necesidad de curiosidad o por el placer de la manipulación: la exploración visual o táctil. Pero hay tener en cuenta que cuando los objetos tienen muy poca o excesiva complejidad los niños pierden el interés.
Por tanto, y como aplicación práctica en clase o en casa, deberíamos considerar hacer más intuitivo el aprendizaje: la motivación por el aprendizaje aumenta cuando en el material didáctico intervienen los sentidos, les facilitamos que construyan y materialicen sus ideas…
Atribución (Heider y Weiner)
La teoría de la atribución de Heider se refiere a qué es a lo que el niño atribuye su éxito o fracaso: ante un examen, por ejemplo, la conducta del niño depende de cuál crea que es la relación causa-efecto: si cree que aprobar o suspender depende de él mismo y de su esfuerzo o depende de factores ambientales (por ejemplo, que el profesor «le tiene manía»), en este último caso el niño puede ir desarrollando una indefensión aprendida (se siente incapaz para resolver una situación en cualquier contexto).
Weiner estudió cuatro aspectos relacionados con la motivación: la capacidad (que es más o menos estable: se tiene más o menos capacidad), el esfuerzo (que es controlable), la dificultad de la tarea (es estable pero no la puede controlar el niño) y la suerte.
¿Y cuáles son las aplicaciones prácticas de esta teoría): es necesario que el niño no atribuya su fracaso a la falta de capacidad, pues esto le hace ir sintiéndose incompetente, sino a la falta de esfuerzo, que es algo que puede y debe ir aumentando progresivamente. Por otra parte, escuchar activamente al niño nos da pistas fiables de cómo se siente y a qué atribuye su dificultad o su logro.
Efecto Pigmalión (Rosenthal)
La Teoría de las expectativas o efecto pigmalión es una de las teorías más famosas de la pedagogía y, por experiencia propia, creo que es muy útil a la hora de educar a nuestros hijos. Se trata de la profecía autocumplida: el alumno, o el hijo, tiende a rendir lo que el profesor, o el padre, espere de él. Si contemplamos a nuestro hijo desde la perspectiva de sus limitaciones, nuestro comportamiento y lo que nosotros esperemos de él tendrá como medida y reflejará esas limitaciones; si, por el contrario, contemplamos a nuestro hijo pensando en las enormes posibilidades que tiene, apreciaremos en él una amplísima capacidad de rendimiento.
Tengamos pues presente la enorme influencia que tenemos nosotros en los niños y reflexionemos tranquilamente sobre algunos estereotipos que, a veces, formamos sobre ellos. Se trata de confiar en ellos y confiar en sus capacidades, y se trata de posar nuestra mirada en metas cada vez más altas porque ellos, y nosotros, podemos.