Qué curioso, después de más de dos años en emoCreativos pocas veces hemos puesto el foco en la importancia del humor en educación. Carles Capdevilla, al que tanto escuchamos en la SER, nos habla de ello en la siguiente charla (que en estas últimas semanas se ha hecho viral). Nos os la perdáis, os vais a reír, os vais a reconciliar con una forma de educar con sentido común (aunque no sin contradicciones), disfrutando de los tiempos compartidos (aunque no sin momentos de preocupación) y nos van a invitar a la maravilla que puede ser educar sin tanta, tanta preocupación que, sin duda, es la plaga de este momento educativo.
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vulnerables?
A todos nos gusta «conectar«… conectar, establecer lazos, sentirnos profundamente próximos a los demas. Inmersos hoy en esa conectividad que nos mantiene comunicados a todas horas, nos preguntamos: ¿Es ésa la conexión de la que estamos hablando? ¿Sentimos que compartimos aquello que somos o aquello que nos gustaría ser, esto es: esa «mejor versión de nosotros mismos» que nos hace ser aceptados, queridos, incluidos en el grupo?
Brene Brown en esta charla TED habla de la conexión y del sentido de pertenencia. Comparte la investigación que ha llevado a cabo durante varios años, intentando descifrar el patrón que define a aquellas personas que han encontrado en la vulnerabilidad una vía para conectar con los demás.
8 estrategias para construir el optimismo
Para volver de una larga ausencia, nada mejor que comenzar apelando al optimismo; optimismo que es fuerza motriz para hacer crecer la creatividad y para emprender acciones que nos permitan «cambiar las cosas».
Refiriéndose al optimismo, Dolors Reig afirma en una reciente entrada de su blog: El Caparazón:
«Diversos artículos y estudios refuerzan la necesidad de considerar este optimismo y la esperanza que le acompaña, como competencias fundamentales, de imprescindible inclusión en los sistemas educativos que andamos reinventando. El tema va mucho más allá del consejo, de la buena voluntad, resultando respaldado por 20 años de investigación desde la psicología positiva. Ésta nos demuestra que estamos hablando, más allá de un rasgo de personalidad, de una habilidad que se puede enseñar y aprender. Nuestras creencias y objetivos para el futuro son elementos básicos de nuestro bienestar y el de los que nos rodean, correlacionando con el aprendizaje, los logros, la construcción de relaciones más positivas, la salud y la satisfacción general con la vida».
A continuación os proponemos la entrada completa que analiza 8 rasgos del optimismo, así como qué podríamos hacer en educación para conseguir potenciarlo: fomentar una visión positiva del futuro, pensar que podemos, desarrollar aquello que nos hace únicos, confiar en los demás para poder cooperar, mirar-nos con optimismo, creer en la propia habilidad para resolver problemas, mantener la perspectiva y potenciar las ganas de aprender.
Interesante, no? Pues acercaros a leerlo: El optimismo como competencia esencial para el ciudadano del Siglo XXI (8 estrategias para formarlo).
textos VIII… Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz.
«En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños. «Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro». Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.
Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.
Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino que se deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños […]
Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca […]
Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el deCaperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. «Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja». Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún agua-fiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. «Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad».
Gustavo Martín Garzo. La educación de los niños, publicado en el periódico El País, el 15 de junio de 2008.
Para leer el artículo completo, podéis encontrarlo en el siguiente enlace: EL PAÍS.
Para enseñar tenemos que «construir relaciones»
En esta breve conferencia, tan inspiradora para todos los educadores, Rita Pierson, maestra durante más 40 años, defiende el valor de la conexión humana en la tarea de enseñar. Y es que ningún aprendizaje significativo se puede originar sin una relación humana significativa, y si volvemos la vista atrás, todos podemos recordar ese profesor que tanto nos influenció y con el que, probablemente, tuvimos una relación que trascendía a lo puramente académico.
Porque además de mejorar el rendimiento académico de los alumnos, tenemos que ayudarles a construir su autoestima, a configurar una imagen positiva de sí mismos y debemos hacer que se sientan capaces de aprender y capaces de ser lo que quieran ser. En definitiva, se trata de creer de verdad en ellos.