Archivo de la etiqueta: emociones positivas
Balance entre ATENCIÓN Y EMOCIÓN en la actividad creativa
A partir del artículo publicado en la revista Yorokobu: La ecuación de la creatividad en nuestro cerebro, nos ha interesado descubrir cómo «conviven – compiten» la atención y la emoción en nuestra actividad creativa.
Cuando realizamos cualquier actividad cotidiana, en nuestro cerebro tiene lugar una verdadera competición de recursos para poder llevar a cabo lo que nos proponemos. Estos recursos son limitados: podemos, por ejemplo, mantener una conversación con otra persona mientras estamos dibujando pero en el momento en que necesitamos una mayor concentración en una de las dos tareas, reclamamos a nuestra atención que se centre en ella. Lo explica muy bien el profesor de Ingeniería Informática de la UAM y experto en Neurociencia Pablo Varona:
«La atención es un recurso limitado. La cantidad de neuronas que se reclutan para mantener esa atención es limitada y por tanto los distintos procesos cognitivos que simultáneamente puede realizar una persona tienen una limitación, esto es algo evidente»
Si nos detenemos a analizar la actividad creativa, vemos que dos de los procesos que intervienen activamente en ella y que necesitamos para crear son la atención y la emoción. Somos conscientes de necesitar toda nuestra atención y concentración mientras estamos creando algo pero también experimentamos cómo nos vamos adentrando en un gran laberinto sentimental: ansiedad y miedo, alegría y euforia, satisfacción y decepción… Ser conscientes de ello y encontrar el equilibrio entre estos dos procesos es la clave. Según Varona:
«Balancear adecuadamente los procesos de atención y de emoción viene bien, por ejemplo, para componer una canción si alguien es músico, o para crear un cuadro si alguien es pintor. Tiene que estar muy atento a lo que está haciendo, muy concentrado en cuál es el objetivo, pero también la emoción le va guiando hacia ese objetivo”.
La emoción le va guiando: Hemos hablado en numerosas ocasiones acerca de la gran influencia que pueden tener las emociones en la creatividad. Una emoción negativa, y suficientemente intensa, puede «paralizar» nuestra actividad creadora: reclama tanta atención a nuestro cerebro que secuestra cualquier otra actividad. Como explica Varona: «Gran parte de sus recursos cognitivos se están dedicando a preocuparse por esa situación y quedan menos para concentrarse en otras cosas«. Por el contrario: ¿ qué ocurre cuando, durante el proceso creador, se genera en nosotros un sentimiento de satisfacción, de alegría ? Que el refuerzo positivo impulsa a la atención a seguir concentrada en la tarea. Se genera una retroalimentación que motiva y moviliza. Entramos en «la zona» de la que habla Ken Robinson en El Elemento, que tiene mucho que ver con apasionarnos con aquello que estamos haciendo:
«Hacer lo que amamos puede implicar todo tipo de actividades imprescindibles pero que no son su esencia: cosas como estudiar, planificar, organizar, etc. E incluso cuando estamos haciendo aquellos que amamos, pueden darse frustraciones, decepciones y momentos en lo que sencillamente no funciona o no cuaja. Pero cuando lo hace, transforma nuestra experiencia. Nos volvemos decididos y entregados. Vivimos el momento. Nos perdemos en la experiencia y damos lo mejor de nosotros mismos».
… qué importante es «saber esperar»
Son éstos tiempos en que nos medimos a golpe de «me gusta», en que aquello que se hace esperar demasiado diluye nuestro interés… es curioso cómo han cambiado los ritmos, los tiempos y la percepción que tenemos de ellos, cómo ha cambiado el modo en que manejamos nuestras esperas y esperanzas.
Por eso hoy se hace necesario «compensar». Cada momento de cambio, y éste de la revolución digital en particular, trae consigo un contrapeso, algo que equilibre y contrarreste el vértigo que el cambio nos hace sentir. Hablamos de movimientos «slow», de la atención plena: «mindfullness» o como ser plenamente conscientes de lo que vivimos en cada instante, y necesitamos recuperar, aunque sea en clave diferente, capacidades que tanto la psicología como la neurociencia han demostrado que son positivas para ser, aprender y convivir.
Recuperamos por ello hoy el Test de Marshmallow, un estudio que inició en la década de los sesenta Walter Mischel de la Universidad de Columbia y que señalan la importancia del aplazamiento de la recompensa para el aprendizaje emocional y social de niños y adultos. Mischel demostró la correlación entre la capacidad para controlar los impulsos básicos en la infancia y las características en la vida adulta.
El experimento consiste en proponer a niños de 4 años de edad que permanezcan en una habitación durante 20 minutos con una golosina delante sin comérsela. Si lo logran conseguirán un premio: dos golosinas. Como explica Jesús C. Guillén en su blog Escuela con cerebro:
«Para un niño de 4 años, constituye un reto importante. La confrontación entre deseo y autocontrol o entre gratificación y demora es extraordinaria. El control de la impulsividad y la capacidad de gestionar las emociones, y su relación con la voluntad, conlleva importantes aplicaciones educativas. ¿Se imaginan que la respuesta del niño pueda reflejar el carácter o trayectoria que pueda seguir años después en la vida? Pues en eso consistía el estudio.
[…] Los niños que fueron capaces de esperar utilizaron diferentes métodos, como taparse los ojos para resistir la tentación, cantar, jugar o hablar consigo mismos (ver video). Los más impulsivos eran incapaces de resistir la tentación y cogieron la golosina a los pocos segundos de la marcha del experimentador»
Al cabo de unos años (entre doce y catorce) se evaluó, a través de unos test escritos, competencias y habilidades generales que presentaban estos niños, ahora adolescentes. Los resultados pusieron de manifiesto que aquellos niños que, en su momento, fueron incapaces de reprimir sus impulsos presentaban una baja autoestima, eran más indecisos, soportaban peor el estrés y eran más proclives a discutir y pelearse. Sin embargo los niños con más capacidad de control se mostraban más responsables y socialmente más competentes. Cuando se evaluaron los resultado académicos de estos jóvenes al acabar el instituto se demostró que éstos tenían una correlación directa con su capacidad para demorar la gratificación en la infancia.
Pero no todo está determinado y, por supuesto, la habilidad de saber esperar y dominar los impulsos se puede aprender. Como explica W. Mischel : “Hay pocas cosas en un niño pequeño que nos digan cómo será después su vida. Así que el hecho de que la habilidad analizada sea fácilmente apreciable en una edad muy temprana y de que tenga correlaciones a largo plazo hace que plantee un reto interesante en cuanto a su evolución y funcionamiento”. Os proponemos a continuación la entrevista que E. Punset hizo hace algunos años a W. Mischel con el titulo: Felicidad y Voluntad:
Nos parece muy interesante, como conclusión, la propuesta de Jesús C. Guillén que, basándose en las fortalezas de Seligman, presenta un camino para trabajar algunas habilidades emocionales:
«Desde nuestra experiencia docente estamos acostumbrados a percibir la dejadez y la inconstancia en algunos de nuestros alumnos. La nueva Psicología Positiva, impulsada por Martin Seligman, establece seis virtudes, comunes en todas las culturas, cada una de las cuales despliega una serie de fortalezas. Aunque todas tienen implicaciones educativas, es especialmente interesante analizar la virtud valor. Según Seligman, las fortalezas que componen esta categoría, reflejan el ejercicio consciente de la voluntad hacia objetivos encomiables que no se sabe con certeza si serán alcanzados. La perseverancia o el valor constituyen fortalezas de esta categoría. El alumno valeroso actúa y el perseverante comienza lo que acaba. Los docentes tenemos que ser capaces de transmitir a los alumnos que los errores forman parte del proceso de aprendizaje y que han de ser asumidos con naturalidad».
un proyecto de educación emocional en marcha
…rodearnos de Belleza para aprender
El Aprendizaje implica una necesaria mirada al interior. Cómo aprendemos, por qué, qué nos motiva, cómo influye lo que sentimos en nuestra manera de aprender… son todas cuestiones de las que hablamos regularmente en emoCreativos, pero: ¿Qué ocurre con lo que nos rodea?, ¿Tiene alguna influencia en nosotros el espacio donde vivimos, el lugar en el que aprendemos?.
Es aquí donde entra en juego la llamada «Neuroarquitectura».
Y una parte de ella se dedica al ámbito educativo, intentando estudiar el modo de proyectar y construir espacios que favorezcan la enseñanza-aprendizaje, adaptándose adecuadamente a los procesos cerebrales que tienen lugar durante el acto de «Aprender».
En palabras de Francisco Mora, en su libro: “Neuroeducación: sólo se puede aprender aquello que se ama”, (2010) publicado en Alianza:
«…¿Es posible que la arquitectura de los colegios no responda hoy a lo que de verdad requiere el proceso cognitivo y emocional para aprender y memorizar, acorde a los códigos del cerebro humano y verdadera naturaleza humana y sean, además, potenciadores de agresión, insatisfacción y depresión? […]
La nueva neuroarquitectura estudia perspectivas inéditas con las que poder romper tiempos y espacios “a secas” para reconvertirlos en tiempos y espacios “humanos”, en espacios de un nuevo orden y complejidad que obedezcan y potencien la expresión y el funcionamiento de los códigos que el cerebro trae al nacimiento[…]
Y es de este modo que para los arquitectos del proyecto y la construcción de los colegios, o de cualquier otro edificio donde se enseña, empiezan a pesar considerandos importantes, como que los edificios que construyen no sólo deberían tener exquisita razón y cálculo en su diseño y construcción, sino también emoción y sentimiento en grado sublime y, desde luego, su impacto sobre el funcionamiento específico de un cerebro que aprende y memoriza…»
Lo que se ha demostrado en los últimos años es que, dado que toda percepción genera una reacción emocional, que puede ser sutil o brusca , nos puede suscitar atracción o rechazo, desagrado o belleza… el marco cotidiano donde se desarrolla tiene su importancia. De esta percepción no está ausente el edificio, las paredes del aula, el aula misma o los espacios de recreo del colegio.
Para continuar, os recomendamos los siguientes enlaces: