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¿Cómo orientar a los niños hacia un APRENDIZAJE CREATIVO Y FELIZ?


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reLATo V …Los niños

Y una mujer que sostenía un niño contra su seno pidió: Háblanos de los niños.

Y él dijo:

Vuestros hijos no son hijos vuestros.

Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.

Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.

Porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.

Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.

Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.

Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante.

El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y os doblega con su poder para que su flecha vaya veloz y lejana. Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como Él ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.

Khalil Gibran, El Profeta

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reLATo IV …El hombre que aprendió a ladrar

Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desaliento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento?

Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: «La verdad es que ladro por no llorar.» Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: «Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?» La respuesta de Leo fue escueta y sincera: «Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano.»

Mario Benedetti


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reLATo III …APRENDER A MIRAR

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur.

Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.

 Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:

¡Ayúdame a mirar!

Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos


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textos…El caballo estaba dentro

«Cuentan que un pequeño, vecino de un gran taller de escultura, entró un día en el estudio del escultor y vio en él un gigantesco bloque de piedra. Y que, dos meses después, al regresar, encontró en su lugar una preciosa estatua ecuestre. Y, volviéndose al escultor, le preguntó: “¿Y cómo sabías tú que dentro de aquel bloque había un caballo?»

«La frase del pequeño era bastante más que una «gracia» infantil. Porque la verdad es que el caballo estaba, en realidad, ya dentro de aquel bloque. Y que la capacidad artística del escultor consistió precisamente en eso: en saber ver el caballo que había dentro, en irle quitando al bloque de piedra todo cuanto le sobraba. El escultor no trabajó añadiendo trozos de caballo al bloque de piedra, sino liberando a la piedra de todo lo que le impedía mostrar al caballo ideal que tenía en su interior. El artista supo «ver» dentro lo que nadie veía. Eso fue su arte.

Pienso todo esto al comprender que con la educación de los humanos pasa algo muy parecido. ¿Han pensado ustedes alguna vez que la palabra «educar» viene del latín “edúcere” que quiere decir exactamente: sacar de dentro? ¿Han pensado que la verdadera genialidad del educador no consiste en “añadirle” al niño las cosas que le faltan, sino en descubrir lo que cada pequeño tiene ya dentro al nacer y saber sacarlo a luz?

Me parece que muchos padres y educadores se equivocan cuando luchan para que sus hijos se parezcan a ellos o a su ideal educativo o humano. Padres que quieren que sus hijos se parezcan a Napoleón, a Alejandro Magno o al banquero que triunfó en la vida entre sus compañeros de curso. Pero es que su hijo no debe parecerse a Napoleón ni a nadie. Su hijo debe ser, ante todo, fiel a sí mismo. Lo que tiene que realizar no es lo que haya hecho el vecino, por estupendo que ea. Tiene que realizarse a sí mismo y realizarse al máximo. Tiene que sacar de dentro de su alma la persona que ya es, lo mismo que del bloque de piedra sale el caballo ideal que dentro había.

Ser hombre no es copiar nada de fuera. No es ir añadiendo virtudes que son magníficas, pero que tal vez son de otros. Ser hombre es llevar a su límite todas las infinitas posibilidades que cada humano lleva ya dentro de sí. El educador no trabaja como el pintor, añadiendo colores o formas. Trabaja como el escultor: quitando todos los trozos informes del bloque de la vida y que impiden que el hombre muestre su alma entera tal y como ella es».

Fragmentos extraídos de Martín Descalzo, J. L. Razones para vivir (1998). Salamanca: Sociedad de Educación Atenas.


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reLATo II …El país de los sueños

Era un inmenso campamento al aire libre.

De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras

y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofreciendo

sueños en canje. Había quien quería cambiar un

sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien

ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño para

llorar un llanto bien gustoso.

Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de

un sueño, desbaratado por culpa de alguien que se lo

había llevado por delante: el señor iba recogiendo los

pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte

de colores.

El aguatero de los sueños llevaba a agua a quienes

sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la espalda,

en una vasija, y la brindaba en altas copas.

Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca,

peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El peine

desprendía sueños, con todos sus personajes: Los

sueños salían del pelo y se iban al aire.

 

Eduardo Galeano. El libro de los abrazos