Inteligencia, Competencias y Educación emocional.
En estos últimos años, nos encontramos frecuentemente con que el término «Inteligencia Emocional» se utiliza en ámbitos tan diversos como el empresarial, el educativo o el psico-sanitario. Si bien el concepto «Emotional Intelligence» apareció por primera vez en el año 1990, en un artículo científico de Salovey y Mayer que tenía este título, no fue hasta la publicación del famosísimo libro de Goleman, D. (1995): Emotional Intelligence cuando se produjo la difusión y gran interés por este tema.
Para Daniel Goleman, la Inteligencia Emocional es «la capacidad de reconocer nuestros sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones», por tanto los procesos incluidos en el concepto Inteligencia emocional son:
- Conciencia emocional: consiste en ser capaces de identificar nuestros estados emocionales, de nombrarlos, de expresarlos…. consistiría en identificar: cómo me siento, y que emociones estoy sintiendo: miedo, ira, alegría, sosiego…
- Comprensión emocional: consiste en comprender nuestras emociones, ser capaces de analizar el origen de la emoción (pues las emociones actúan de guías cognitivas: nos informan de situaciones complejas en las que la persona se encuentra implicada), : me siento triste porque… también nos ayuda a analicar la transición entre emociones: pasar de la frustración a la ira, del miedo a la calma…
- Regulación emocional: es el control de las emociones. Poder distanciarnos de la emoción y actuar para regularla, reconduciendo las emociones negativas y potenciando las emociones positivas.
Estos procesos, entre otros, se encuentran incluídos en las llamadas competencias emocionales: aquellas habilidades que las personas necesitan adquirir, y desarrollar adecuadamente, para conseguir su bienestar personal y social. La estrategia para potenciar estas habilidades para un adecuado crecimiento personal es la Educación emocional.
¿Pero, por qué necesitamos hoy una Educación Emocional y Social?
¿Desde cuando y por qué los actuales debates educativos apuntan hacia el corazón, hacia las emociones?
Existen evidencias, fácilmente constatable por todos nosotros, acerca de la relación emoción-salud: las investigaciones han demostrado cómo las emociones negativas influyen en la disminución de nuestras defensas frente a enfermedades… de igual modo, podemos también reconocer una relación entre emoción-bienestar personal, ejemplos de ello podrían ser los efectos positivos que tienen para la felicidad personal, poder controlar la ansiedad o el estrés, o desarrollar un aumento de la tolerancia a la frustración. Pero ¿qué relación existe entre emoción y aprendizaje?, ¿cómo influye la correcta adquisición de competencias emocionales y sociales, en nuestro modo de aprender?
Aunque la respuesta es compleja, y se han desarrollado en los últimos años numerosas investigaciones, algunas de las conclusiones a las que ha llegado D.Goleman se basan en el hecho de que la relación entre el cociente intelectual CI (único parámetro utilizado hasta los años 90 para medir «la Inteligencia») y el nivel de desempeño de las personas en su profesión se encuentra entre un 5% y un 25%. Por tanto, no podemos considerar únicamente las llamadas «habilidades académicas» como objetivo del aprendizaje, pues comprobamos que son insuficientes para dar respuesta a las actuales demandas sociales. Hoy nos encontramos con que muchas de las habilidades que necesitamos para nuestra vida laboral, pertenecen a la categoría de «competencia emocional y social»: la capacidad para formar parte de un equipo, la flexibilidad, la necesidad de aportar nuevas soluciones ante los problemas, la resolución de conflictos…
Por todo ello, la educación emocional y social, que no es sino una «educación para la vida», es una de las claves innovativas a tener en cuenta para mejorar la forma de enseñar-aprender.
Porque una adecuada educación emocional y social mejora el autoconocimiento emocional del niño, le ayuda en la construcción de su autoconcepto y mejora su autoestima, aprende a automotivarse, le ayuda a identificar y apreciar las emociones de los demás y, por tanto, aprende a conectar y relacionarse satisfactoriamente con los otros, y además, facilita su aprendizaje. Porque las competencias emocionales hacen al niño consciente de los estados emocionales que tienen lugar mientras aprende, y además le convierten en sujeto activo de su proceso de aprendizaje: por ejemplo, le facilitan tener las herramientas necesarias para solucionar algunos tipos de bloqueo, como los que se dan ante un problema matemático (bloqueos emocionales derivados de la creencia que tiene el niño acerca de su incapacidad para resover problemas).
Por último quiero señalar, que no es suficiente con saber de qué se trata el aprendizaje emocional, pues la educación emocional y social es eminentemente práctica, «se aprende haciendo». Y para ello, compartiremos recursos, metodologías y programas que se están poniendo en práctica en estos últimos años.